martes, 12 de mayo de 2009

La Leyenda del Doctor Velasco

El doctor don Pedro González de Velasco, nació en un pequeño pueblo muy próximo a Segovia llamado Valseca de Boones (actualmente Valseca), un 23 de octubre de 1815. Sus padres fueron humildes labradores, como la mayoría de los habitantes del pueblo. Desde pequeño se vio obligado a ayudar a su familia, trabajando en una porqueriza. Marchó muy joven a Segovia, donde, realizando todo tipo de trabajos, consiguió aprender algo de latín y de filosofía, y sirvió también como soldado. A la muerte de sus padres, decide trasladarse a Madrid. Tras tres años de estudio intensivo, logra el título de practicante y cinco años después obtiene el de cirujano. Ya era bachiller por oposición en la Facultad de Medicina y más tarde, con la nota de sobresaliente en todos los cursos ganó el titulo de Licenciado. Conquistó la borla de doctor poco después. Todo ello mientras realizaba los más duros trabajos. Recibió la Cátedra de Operaciones de la Facultad de Medicina. Gran trabajador, pronto la fortuna le sonrió y comenzó a ganar dinero en abundancia que dedicó a ampliar sus estudios y a viajar, así como a coleccionar piezas de antropología o etnografía, sin olvidar las antigüedades. Tal llego a ser su colección que decidió edificar un magnífico palacete, a modo de templo del saber. De esta manera en 1873, se construyó un edificio proyectado por Francisco de Cubas, en estilo neoclásico y ubicado en las proximidades del Observatorio y de la Facultad de Medicina de San Carlos, frente a la recién inaugurada estación del Ferrocarril de Atocha. El proyecto original presentaba una fachada con un pórtico de columnas jónicas, que se remataba por un frontón recto. Desde el pórtico se accedía a dos amplias salas iluminadas por una cubierta a cuatro aguas de hierro y cristal. Se inauguró el edificio el 23 de abril de 1875 con la presencia del rey Alfonso XII. Se trataba del "Museo Anatómico", aunque popularmente se le conocerá como Museo Antropológico. A la muerte de su propietario, el edificio y su importante colección fueron cedidos al Estado, que destinó los fondos a las distintas secciones dependientes del Museo de Ciencias Naturales.


Hasta aquí la historia de un gran hombre, que fue reconocido y admirado por sus coetáneos por su afán de trabajo y por su amor al conocimiento. Lo que sigue es una mezcla de verdad y leyenda, que los madrileños de finales del diecinueve sintieron como propia, hasta tal punto que escritores famosos y famosillos le dedicaron gran cantidad de páginas.

Dice la leyenda que la única hija del doctor G. Velasco, Conchita, siendo muy joven enfermó, según unos de tisis, según otros de tuberculosis, y que los médicos poco pudieron hacer para curarla, muriendo al poco con la edad de 15 años. Tanta fue la tristeza de su padre y la impotencia por no haber podido salvar su vida que pide y obtiene un permiso en base a su prestigio como científico, para embalsamar a su hija y retener su cadáver en su domicilio. En todo el proceso de embalsamiento es ayudado por su discípulo el doctor Teodoro Núñez Sedeño, al parecer, prometido de la joven difunta. A las pocas semanas del fallecimiento, comienza a correrse por Madrid la noticia que el doctor Velasco y su ayudante sientan a su mesa el cadáver de su hija, como si de un vivo se tratara, hablando con ella. Algunos llegan a decir que han vestido a la difunta de novia, o que la cambian de ropa varias veces. "Cada día al volver del laboratorio la sacamos de la vitrina y la sentamos a comer con nosotros. Digo en la comida de la tarde, para lo cual nos vestimos de gala. Lo mismo el doctor Núñez que yo dirigimos a ella en la conversación y en nuestra mente le atribuimos las respuestas que ella nos daría. Después salimos de paseo los tres igual que antes. La única diferencia consiste en que ahora en lugar de salir a plena luz salimos al oscurecer entre dos luces(Sender, "La llave y Otras Narraciones, 1960")". Los rumores van corriendo cada vez más. Algunos afirman que al atardecer el doctor Velasco saca a pasear a su hija en el coche de caballos y que la sienta enfrente de él, al lado de la ventanilla. La leyenda crece y un cierto temor se va apoderando de los madrileños, que no se atreven a pasar por delante de la casa del doctor o por sus cercanías. Algunos periódicos se hacen eco del rumor y en los mentideros y cafés de Madrid no se habla de otra cosa. Nadie confirma o desmiente los rumores, el pánico esta latente y así se mantiene durante muchos años hasta que de vez en cuanto vuelve la historia a la luz, cuando algún escritor reescribe esta leyenda madrileña. Valga como ejemplo el cuento que redactó el escritor aragonés Ramón J. Sender muchos años después del suceso.
Una investigación que llevan a cabo Jesús Callejo Cabo y Clara Tahoces en 1998 sirvió para dilucidar algunos aspectos oscuros de esta historia. La realidad fue que la hija había fallecido de fiebres tifoideas, no de tuberculosis pulmonar. El Dr. Arturo Perera y Prats en una comunicación de 29 páginas, enviada a la Real Academia Nacional de Medicina en mayo de 1967, "La vida del Dr. Velasco, creador de un Museo" suministra varios aspectos biográficos de este hombre de ciencia. Como, por ejemplo, que al llegar el doctor Velasco a Madrid, pobre de solemnidad, empezó a servir en una aristocrática mansión y allí conoció a una agraciada, "pero humilde joven", compañera de servidumbre, llamada Engracia Pérez de los Cobos, de la que se enamoró y fruto de sus amores nació Conchita. Se casó con la madre de su hija y ésta fue legitimada.Todos coinciden en afirmar que el doctor Velasco tuvo dos querencias en su vida: la creación del Museo Antropológico, inaugurado el 29 de abril de 1875, y su delicada hija Conchita. Cuando ésta murió, su recuerdo se convirtió en obsesión. Apenas trascurrido un año de su viaje a Roma y de su posterior casamiento, una epidemia de tifoidea asoló Madrid y Conchita cayó enferma. Fue asistida por el amigo de Velasco, el Dr. Mariano Benavente, que le recomendó reposo, atentos cuidados y un estricto régimen. Al parecer, al impulsivo doctor Velasco no le gustó este diagnóstico. Un aciago día -nos dice el Dr. Peralta- no pudo reprimirse, pudo más su impaciencia que la confianza y amistad con Benavente y ni corto ni perezoso, hizo beber a su hija un vomitivo o purgante con el fin de que se restableciera cuanto antes. Fue peor el remedio que la enfermedad. Al poco de suministrarle la pócima, una hemorragia fulminante acababa con la vida de la pobre Conchita y aquí empieza parte de la funesta leyenda negra...El doctor Velasco, con un complejo de culpabilidad que le pesaba como una losa (pedía a gritos al doctor Benavente que le matase a él por ser el asesino de su propia hija), no podía soportar que su adorada hija sufriera la descomposición de su muerte y él mismo procedió a embalsamarla con la mayor celeridad. Su pasión empezaba a ser enfermiza. En su propia alcoba de médico colocó las muñecas de su hija, prodigó sus retratos y uno de ellos lo llevaba en su coche con dos candelillas encendidas, como si se tratara de la imagen de una Virgen.

La verdad parece ser que el doctor G. Velasco embalsamó a su hija al fallecer y que su cadáver permaneció en su casa hasta la muerte del doctor. ¿Qué fue de la momia de Conchita? Sabemos que Velasco, cuando diseñó su Museo, tenía previsto hacer en el centro del salón de honor un monumento en donde descansarían los restos suyos, de su mujer y de su hija (de hecho, hoy se puede ver en el Museo Antropológico la lápida funeraria que él mismo diseñó y redactó); pero al fallecer el doctor 21 de octubre de 1882, el malogrado prometido, Dr. Núñez, depositó la momia en la Facultad de Medicina de la Universidad Complutense de Madrid, la cual seguía siendo objeto de un escondido culto. Afirma Perera que todas las tardes, sin faltar una el prometido "antes de cerrar el local, desaparecía un rato, bajaba a un sótano y volvía muy otro y con los ojos enrojecidos y llorosos...¡Y todo hay que decirlo! Los mozos del local aseguraban que ante aquella urna misteriosa lloraba, hablaba y ¡bebía!". Sin seguridad de que sea esa la verdadera momia, hoy descansa en una de las aulas de dicha facultad.

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